Viena

The City Viena

El centro histórico de Viena es una auténtica perla, no por esperada menos llamativa, en la que se concentran todo tipo de riquezas, con notables ejemplos de arquitectura, escultura, pintura y, sobre todo, de música. Porque la capital de Austria lo es, al tiempo, de ese noble arte. ¿La razón? Aquí están dos de sus sedes fundamentales: la Staatsoper (la Ópera Estatal) y la Musikwerein, donde cada año, desde 1939, la Orquesta Filarmónica de Viena deleita al mundo con el Concierto de Año Nuevo. Por su parte, la Ópera es, junto a la Scala de Milán y la Ópera de París, una de las patas del trípode en que se asienta buena parte de la mítica del bel canto. Ambos edificios, aparte de su misión como contenedores de acordes y melodías, constituyen en sí mismos prodigios de la arquitectura y la decoración adaptados a los más melómanos. Hay más razones para que Viena ostente el título de Capital Mundial de la Música. Por ejemplo, aquí compusieron y estrenaron algunas de sus más bellas obras músicos imprescindibles: Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Antonio Vivaldi, los Strauss (padre e hijo), Franz Schubert, Joseph Haydn, Richard Wagner, Johannes Brahms… Una lista incompleta a la que habría que sumar al gran Herbert von Karajan, probablemente el director de orquesta con más personalidad del siglo XX. Y, para rizar el rizo, Viena es también la sede del coro más conocido del planeta: los Niños Cantores. Así que no es de extrañar que casi todo gire en torno al arte del pentagrama. Se percibe en el paseo por sus principales vías, en las que salen al paso personajes vestidos al estilo barroco palaciego, que venden entradas para los espectáculos musicales que hay a diario en sus muchas salas de conciertos públicas y privadas. Se los ve sobre todo en el Graben, plaza (o paseo) peatonal y comercial del centro de la ciudad y punto de encuentro de sus habitantes en torno a la llamada Columna de la Peste, conjunto escultórico del barroco erigido como acción de gracias por el fin de la epidemia de 1679. A dos pasos está la Catedral de San Esteban, del siglo XII y construida en un estilo románico tardío, en la que llama la atención su tejado a dos aguas con tejas de colores formando figuras geométricas. Contrastan sus líneas clásicas con la modernidad del edificio situado enfrente y que alberga el Hotel Do & Co, en cuya fachada cilíndrica de cristal se refleja el célebre templo para deleite de fotógrafos creativos.

Cultura



Y es que Viena tiene una notable tendencia por la arquitectura original. Para corroborar la idea, se puede visitar el Pabellón de la Secesión, construido por Olbrich a finales del siglo XIX en estilo Jugendstil (Modernismo) y coronado por una llamativa cúpula de hojas de laurel doradas. Bajo ella, en un espacio diáfano, iluminado por luz natural, impresiona el Friso de Beethoven, mural al fresco realizado por Gustav Klimt. El gusto de los vieneses por lo dorado tiene su culminación en la estatua de un violinista que preside el Stadtpark (Parque Estatal). El músico simboliza nada menos que a Johann Strauss hijo, cuyos valses llevaron el nombre de Viena a las cortes de la Europa de mediados y finales del siglo XIX. Claro que, entonces, el imperio austrohúngaro tenía una gran relevancia política y, por ende, artística en el resto del continente. Eso explica lo descomunales que parecen los dos palacios imperiales de Viena: Hofburg y Schönbruun. El primero es, más bien, un complejo formado por 18 alas construidas a lo largo de varios siglos por los diferentes soberanos de la dinastía Habsburgo. Pese a las riquezas artísticas que atesora, la mayor parte de los visitantes que entran aquí tienen como objetivo fundamental ver de primera mano las estancias en las que vivió (bastante poco, por cierto) su más famosa moradora: Elizabeth von Wittesbach, Sissi, consorte de Francisco José I.

Barrio de los Museos

Antes de abandonar la ciudad convendría dedicar media jornada para visitar el Barrio de los Museos y perderse entre las obras de todo tipo de disciplinas que ofrecen las instituciones culturales asentadas aquí. Más de 90.000 metros cuadrados de salas, que ocupan, en parte, lo que fueron las caballerizas imperiales, junto a llamativos ejemplos de la arquitectura de vanguardia. De todos, el más visitado es el Leopold, fundamentalmente por la gran colección de piezas de Klimt y Kokoschka que alberga, revelando al visitante una faceta más de las muchas bellezas de que presume Viena